NACIONES UNIDAS, Nueva York – Más de 150 millones. Es ese el número de niñas que podrían ser obligadas a casarse para el año 2030 si el mundo no actúa de manera decidida para poner fin al matrimonio infantil. En promedio, decenas de miles de niñas son obligadas a contraer matrimonio todos los días, una situación que viola sus derechos, las expone a situaciones potenciales de violencia, y amenaza su salud y sus vidas.
En los últimos 10 años, la tasa de reducción anual promedio de matrimonio infantil y uniones tempranas en América Latina y el Caribe es 12 veces menor que la región con la segunda disminución más baja (África Occidental y Central). Para alcanzar la meta establecida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y lograr su erradicación para 2030, la reducción promedio anual debería alcanzar el 21,5%, es decir, 200 veces mayor que el 0,1% actual.
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Los programas para poner fin al matrimonio infantil están haciendo una diferencia al evitar los matrimonios infantiles y liberar a muchas niñas y niños de uniones no deseadas. Si logramos redoblar estos esfuerzos, el futuro podría ser muy diferente.
Con motivo del Día de San Valentín, que está próximo a celebrarse, UNFPA hace un llamado a hacer un análisis de lo que sucede cuando las niñas se oponen al matrimonio infantil. Niñas y mujeres alrededor del mundo se encuentran compartiendo sus historias acerca de cómo fue que presenciaron, experimentaron e incluso rechazaron el matrimonio infantil, y cómo esas experiencias cambiaron sus destinos para siempre.
Libertad y oportunidades
El matrimonio infantil es un producto tóxico de la pobreza y la desigualdad de género. Muchas familias ven en él una manera de asegurar el futuro de sus hijas, pero el matrimonio infantil a menudo únicamente destruye sus sueños futuros al obligarlas a abandonar sus estudios y a convertirse en madres adolescentes.
“En mi pueblo, muchas niñas son obligadas a casarse a una edad temprana. Los padres de esas niñas tienden a pensar que, si no se casan, no tendrán ningún futuro,” nos dice Hayat Outemma, de Imilchil, Marruecos. Ella logró evitar que la obligaran a casarse siendo aún una niña, y ahora, como maestra, está tratando de cambiar esas percepciones.
El matrimonio infantil también era una expectativa en el pueblo natal de María en México. “Mi mamá se casó siendo aún una adolescente. Junto con muchas otras adolescentes, fue obligada a hacerlo, porque es una costumbre social.”
Cuando María se rehusó a casarse a una edad temprana, la estigmatizaron, pero el hacerlo también representó para ella una liberación. “Eso me llevó a sufrir el rechazo de mi comunidad. Sin embargo, tuve la oportunidad de asistir a la universidad y graduarme... Todas las niñas merecen ser libres y tener acceso a las mismas oportunidades.”
Un problema global
El matrimonio infantil es un fenómeno global que afecta a muchas niñas en todo tipo de comunidades y religiones.
En Tetritskaro, Georgia, Chinara Kojaeva le contó al UNFPA cómo fue que, a la edad de 15 años, fue comprometida en matrimonio en contra de su voluntad. Chinara rechazó ese arreglo. “Contacté a la policía, y entonces mis padres me prometieron que me permitirían seguir estudiando y no me obligarían a casarme antes de cumplir los 18 años.”
Pero dos años más tarde, una vez más, trataron de obligarla a casarse. “Yo lloraba sin parar, pero nadie me escuchaba,” recuerda. Finalmente, le contó su situación a una profesora, a un periodista y a la oficina de la defensoría pública, y las autoridades le ayudaron a mudarse a un albergue. “Aquí comencé una nueva vida,” afirma.
Y Jada, en los Estados Unidos, fue amenazada con obligarla a casarse a los 12 años de edad. Pero gracias a la ayuda del Centro de Justicia Tahirih, un grupo defensor de derechos, pudo escapar. “El no haberme casado a una edad tan corta me permitió lograr cosas sorprendentes,” nos dice Jada, que ahora tiene 17 años de edad. “Seguí mi sueño de convertirme en bailarina.”
Empoderadas y apoyadas
El matrimonio infantil coloca a las niñas en una situación de vulnerabilidad extrema. Con mucha frecuencia son obligadas a casarse con cónyuges mucho mayores que ellas, y su capacidad para defender sus necesidades y derechos es limitada e incluso pueden enfrentar situaciones de violencia.
Pero cuando las niñas son empoderadas y reciben el apoyo que requieren, pueden escapar a estas terribles circunstancias.
Cuando Chipasha tenía 15 años de edad, su padre la comprometió en matrimonio con un hombre 20 años mayor que ella. “Mi esposo abusaba de mí,” afirma, “incluso estando embarazada con su hijo en mi vientre.”
Y fue así que comenzó a acudir a un espacio seguro que opera con el apoyo del Programa Global para Poner Fin al Matrimonio Infantil de UNFPA y UNICEF, en donde aprendió acerca de sus derechos. “A pesar de la resistencia de mi esposo, me decidí a actuar para hacer mis sueños realidad. Me volví a matricular en una secundaria local... Y con la ayuda de nuestra mentora, finalmente pude salir de mi matrimonio abusivo junto con mi bebé.”
Más adelante, Chipasha se graduó como la mejor de su clase y su universidad le otorgó una beca completa.
“Me salvé”
“A aquellas niñas a las que se les obliga a casarse no solo se les roba su infancia, a menudo terminan aisladas socialmente, separadas de sus familias y amigos. Es muy común que se vean obligadas a abandonar sus estudios, tener hijos sin estar preparadas para ello, e incluso experimentar violencia a manos de sus esposos,” afirma Penny Mordaunt, Secretaria de Estado para el Desarrollo Internacional del Reino Unido. El Reino Unido es un importante promotor del Programa Global de UNFPA y UNICEF.
En el año 2017, este programa llegó a 1 millón de niñas y 4 millones de residentes en numerosas comunidades con información y servicios para poner fin al matrimonio infantil.
Cuando las niñas se enteran de que existe un futuro más prometedor a su alcance, todo cambia.
Cuando Amal Elsado era una niña en Raqqa, Siria, estaba decidida a continuar estudiando. “Si no hubiera concluido mis estudios, mi familia me habría obligado a casarme.” le contó a UNFPA en Turquía, en donde vive actualmente en calidad de refugiada.
Más adelante fue a la universidad, y posteriormente consiguió un empleo. “Con gran orgullo y felicidad, comencé a trabajar como maestra de primaria. Al no casarme a una edad tan temprana, hoy puedo decir que me salvé.”